jueves, 22 de mayo de 2008
... y entonces fue la obscuridad
la mejor de mis razones para estar a oscuras era que asi escuchaba mejor la música, asi que noche tras noche encendía el estereo, un cigarro y destapaba una cerveza. Mientras la música iba dando forma poco a poco a lo que sentiría esa noche, me recargaba en la pared y observaba fijamente el punto rojo de la brasa del cigarro. Rituales, siempre los rituales, me decía, y dejaba pasar el tiempo y cigarro tras cigarro volvía a los pensamientos de siempre... si, con la luz apagada era mejor. No podía ser más común y corriente. Era entonces el lugar común del adolescente en libertad, el que se ha ido a estudiar a la capital, que vive solo, con solo un catre, un locker y un buró con libros, que ahora fuma a todas horas -menos a mediodía pues me duele la cabeza- y que con espiritu bohemio compra alcohol todas las noches para ahogar sus penas y escribir poesías amargas y desangeladas que dejaban ver un alma atormentada por haber sido reprimida por un entorno que en nada favorecía sus altas inquietudes y aspiraciones, y un corazón roto por cuenta propia, pues la mujer destinataria de ese fervor ingenuo habia decidido disfrazar con una supuesta amistad su indiferencia. Asi que esa era la mejor de las razones. Y apagaba la luz.
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